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26 junio, 2023

Búcaros.

Presente en muchos hogares sevillanos cuando arrancaban las "calores", su misión era mantener fresco el líquido elemento, a la par que constituir uno de los objetos más entrañables y fascinantes del menaje doméstico, dio nombre a un tren, a algún que otro bar, a un festival flamenco en La Rinconada, a una peña hípica hispalense e incluso está presente hasta en unas famosas sevillanas rocieras; en esta ocasión, en Hispalensia, hablamos de búcaros o botijos; pero como siempre, vayamos por partes. 

¿Quién no ha bebido, casi saboreado, el agua fresca que brota del búcaro? Calmar la sed ha sido siempre una necesidad vital y fisiológica para el ser humano, y el agua un elemento fundamental, casi único, para aliviarla. Desde tiempos prehistóricos, la humanidad ha utilizado la arcilla, roca sedimentaria con propiedades plásticas que al ser humedecida puede ser modelada fácilmente y que junto con la aparición del horno de cocción permitió que se fabricasen  todo tipo de útiles destinados a contener líquidos, como vasijas, tinajas, ollas, orzas, cántaros y demás, sin olvidar otros usos para la arcilla, como soporte para la escritura o como elemento constructivo con el adobe, el tapial o el mismo ladrillo de barro, tan utilizado en nuestras latitudes. 

"Askos" o botijo griego. Siglo IV a. C.

 Sobre el término "búcaro" y su origen hay cierta discusión, ya que algunos autores estiman que procede del latín "butticula" (diminutivo de "tonel") y otro aluden a otra palabra mozárabe en alusión a lo que sería un tipo de tierra arcillosa procedente, al parecer, de determinadas zonas de Portugal y que fue utilizada para la realizar cacharros de barro de cierta calidad. En algunas zonas se emplea el término "botijo" y en 1612 Sebastián de Covarrubias definía en su afamado diccionario que "botija" era un "vaso de tierra ventrudo con la boca y el cuello angosto. Los niños cuando están para llorar hinchan los carrillos y esto se le llama embotijarse"; finalmente, la palabra terminó quedando fijada para definir a un cántaro de barro con asa en su zona superior y con un pitorro y una boca para facilitar la salida y entrada de líquido, convirtiéndose en un utensilio más de las casas y el campo durante los veranos, para conservar fresca el agua. Otras palabras para describir nuestro entrañable y popular búcaro: pipo, pipote, cachucho, piporro, ñañe o pichilín.

El primer búcaro del que se tienen noticias en España fue hallado en una necrópolis perteneciente a la denominada cultura argárica (surgida en Andalucía Oriental y el Levante entre el 2200 y el 1500 antes de Cristo); dicha necrópolis se halla en la localidad murciana de Beniaján, en ella se encontró una pieza muy interesante de once centímetros de largo y que sólo presenta un orificio o boca y el asa colocada en la parte superior. 

Búcaro, ya desaparecido, en el Convento de las Hermanas de la Cruz.

¿Qué tiene de especial el eficiente y ecológico búcaro de barro? Si nos atenemos a principios científicos, el agua almacenada en él se filtra por los poros de la arcilla y al entrar en contacto con el ambiente seco exterior se evapora, produciéndose un enfriamiento del agua que se conserva en el interior. Debido a esa evaporación siempre se les coloca un plato o recipiente en la zona inferior. Aparte de esta función refrescante de los búcaros, es sabido también que había gente que se los comía. Sí, literalmente, se los comía. ¿Por qué? 

Durante los siglos XVI y XVII fue frecuente la "bucarofagia" entre las damas de la alta sociedad española, que buscaban con la ingesta de la arcilla o terra sigillata el provocarse una anemia o clorosis, o lo que es lo mismo, una bajada de glóbulos rojos en la sangre que hiciera palidecer sus mejillas, algo deseado por todas en unos tiempo en los que estar bronceado era cosa de labriegos; aparte, la creencia popular afirmaba que comer este tipo de elementos servía como anticonceptivo e incluso generaba alucinaciones o visiones extraordinarias, lo que trajo de cabeza a no pocos confesores de damas sevillanas, que veían como no pocas de estas mujeres imitaban a las de la corte y manifestaban experimentar visiones relacionadas con la divinidad. Ante esta "adicción" llamada "vicio del barro", los sacerdotes ordenaban como penitencia a las damas abandonar el uso de tales barros, recomendando beber la llamada "agua de acero" para paliar sus síntomas, agua que no era otra cosa que la resultante de sumergir en ella un hierro candente.

Alonso Sánchez Coello. La Duquesa de Béjar. Sobre 1585.

 Francisco de Quevedo, en su obra el Parnaso Español (1648) dedica unos versos a una dama, A "Amarili, que tenía unos pedazos de búcaro en la boca y estaba  muy al cabo de comérselos": 

Amarili, en tu boca soberana

su tez el barro de carmín colora;

ya de coral mentido se mejor,

ya aprende de tus labios a ser grana.

Al parecer, los búcaros comestibles más apreciados, que eran modelados con arcilla a la que se añadían sustancias perfumadas como el ámbar gris, procedían bien de Jalisco (México) bien de Estremoz (Portugal) por ser los de textura más fina para masticar, aunque, como afirma el Doctor y Dermatólogo Sierra Valentí también se elaboraban en Salvatierra de los Barros (Badajoz) o Talavera de la Reina. En el cuadro de Las Meninas de Diego Velázquez puede apreciarse como la infanta Margarita Teresa de Austria, en el centro de la composición, recibe de manos de la menina María Agustina Sarmiento un pequeño jarrillo de barro en bandeja de plata, ¿Quizá para comérselo tras beber su contenido?

Todavía en 1843 el viajero francés Théophile Gautier escribía sorprendido en su Viaje por España en relación a los búcaros:

"Se colocan siete u ocho sobre el mármol de los veladores y se les llena de agua, en tanto que, sentado en un sofá, se espera que se produzca su efecto y con ello el placer que recogidamente se saborea. Los búcaros rezuman al cabo de un tiempo, cuando el agua, traspasando la arcilla oscurecida esparce un perfume que se parece al del yeso mojado o al de una cueva húmeda, cerrada desde hace mucho tiempo. La transpiración de los búcaros es tal, que después de una hora se evapora la mitad del agua, quedando la que se conserva en el cacharro tan fría como el hielo, con un sabor desagradable a cisterna. Sin embargo, gusta mucho a los aficionados. Nos satisfechas con beber el agua y aspirar el perfume, muchas personas se llevan a la boca trocitos de búcaro, los convierten en polvo y acaban por tragárselos". 
Joaquín Sorolla: El Botijo. 1904.

Durante los siglos XIX y XX se llamó "Tren Botijo" al ferrocarril que desde Madrid trazaba una ruta que finalizaba en la costa mediterránea, concretamente en Alicante, durante la cual los viajeros llevaban todo tipo de viandas y bebidas, como por ejemplo el agua en búcaros, de ahí el sobrenombre. Hubo otros trenes de este tipo con diferentes rutas y en todos ellos el carácter popular de sus usuarios y las altas temperaturas veraniegas durante los viajes conformaron un modo muy concreto de recorrer la geografía española sobre dos raíles. En 1902 los autores teatrales del momento, los hermanos Álvarez Quintero, estrenaron una pequeña obrita con música de Ruperto Chapí que se tituló "Abanicos y panderetas o ¡A Sevilla en El Botijo", mientras que el sevillano diario El Liberal del 10 de abril de 1910 publicaba un suelto que podría ser un lejanísimo antecedente del actual AVE Madrid-Sevilla: 

LLEGADA DEL "BOTIJO"

A las once y media de la mañana llegó a la estación de la plaza de Armas el tren botijo de Feria. En este tren venían unos quinientos pasajeros, de segunda y tercera clase. Hablamos con algunos de ellos y nos manifestaron que el viaje lo habían efectuado sin incidente alguno, reinando durante todo el camino entre los viajeros de ambos sexos la mayor alegría. 

Gran parte de aquéllos son aficionados a los toros, que han venido a conocer la ciudad y ver nuestras renombradas corridas. Deseamos que su estancia en Sevilla les sea grata a los simpáticos botijistas madrileños.

Ya en el siglo XX fue muy popular en Sevilla la figura del Botijero, vendedor ambulante ayudado por un borriquillo que vendía todo tipo de objetos de loza, incluyendo los blancos búcaros traídos desde Lebrija o los de cerámica roja, procedentes de La Rambla, en Córdoba. Dentro del ámbito de los tradicionales pregones callejeros voceados por vendedores, el de "¡Botellas y búcaros finos de la Rambla!" ocupaba un lugar destacado.

Botijeros en la Plaza de la Virgen de los Reyes. 1961.

La música popular, como no podía ser menos, ha dedicado al búcaro coplas como la compuesta por Rafael de León en un pasodoble para Estrellita Castro en 1941 o como el grupo Los del Guadalquivir con aquella letra de sevillanas de 1983 cuyo estribillo decía:

"Por eso dame el búcaro, 

que me muero de sed, 

apretújalo, no se vaya a romper".

Incluso hay que mencionar el uso del búcaro como arma de ataque, como sucedió en plena plaza de la Campana en junio de 1933. A eso del mediodía el banderillero Gabriel Vázquez entraba en el Café París en busca del mozo de espadas del diestro Laínez. La crónica periodística lo contaba así: 

"Cruzaron breves palabras y el mozo de estoques se levantó, tratando de agredir a con un búcaro a su contrincante, quien le había dirigido graves insultos. El banderillero lo desafió a la calle; salió el mozo, y en puerta lo agredió con una navaja, causándole dos heridas."

El mozo de espadas, malherido, pero que sobrevivió, vivía en la calle Alcázares, fue atacado al parecer por antiguos resentimientos, ya que el subalterno lo acusaba de haber prescindido de sus servicios en la cuadrilla del matador sin mediar explicación alguna.

Había, y hay, búcaros "de verano" y "de invierno", éstos últimos realizados en cerámica vidriada o esmaltada en los que no se produce el enfriamiento del agua, y por supuesto, tanto unos como otros, "preparados" convenientemente para que no supiesen a barro al estrenarse, dejándolos unos días llenos de agua "ligada" con un poco de anís o aguardiente que dejaba cierto regusto que encantaba a muchos. Por cierto, y ya para terminar, aunque el búcaro parece una especie en vías de extinción en hogares y bares con la presencia de frigoríficos y agua embotellada,  aún sobrevive en algunos lugares que merecería la pena reseñar y también es destacable que ya no resulta fácil encontrar dónde lo vendan, pero esa, esa ya es otra historia.

Búcaro de invierno. Barro vidriado

05 julio, 2021

Fresquita.

La pasada semana, en nuestro post sobre cómo eran los antiguos veranos en nuestra ciudad, aludíamos a la habitual existencia de fuentes de agua y puestos de agua, destinados a solventar en parte el problema de la distribución del líquido elemento entre la población. Como se sabe, la ciudad contaba con los míticos Caños de Carmona, que distribuían el agua entre casas nobiliarias, conventos, Reales Alcázares y demás edificios importantes, destinándose parte de su caudal a toda una serie de fuentes públicas, surtidores que además se alimentaban de diversos manantiales cercanos a la ciudad, como la denominada Fuente del Arzobispo, que brotaba de un venero situado en la actual Carretera de Carmona o la Fuente de la Albarrana, en el Parque de Miraflores, que aprovisionaba al Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas.

Se sabe, por ejemplo que a lo largo de la historia han desaparecido no pocas fuentes públicas, como las situadas en las plazas del Salvador, Santa Marina, Magdalena, Pilatos, Villasís, San Lorenzo o San Román, o bien en calles como Descalzos, Alhóndiga, Lirio o incluso en la misma Casa de la Moneda. Otras, en cambio, sí han sobrevivido llegando hasta nosotros, como las de Mercurio en la Plaza de San Francisco o las de la Plaza de la Encarnación o del barrio de Santa Cruz, por citar algunas. Estos elementos urbanos, de los que apenas quedan unos pocos, eran vitales para los sevillanos que no disponían de agua corriente en sus casas.

Sin embargo, para muchos, era un problema el conseguir agua potable; existía, qué duda cabe, el gran caudal del Guadalquivir, no siempre inodoro, incoloro e insípido, sobre todo para los habitantes ribereños, además de no pocos pozos en muchas casas, palacios y corrales de vecinos, que abastecían a los vecinos, aunque con el peligro de la salubridad de las aguas, muchas veces cercanas a otros pozos, los llamados "pozos negros" adonde se depositaban las lógicamente llamadas "aguas negras", en una época en la que las medidas higiénicas era mínimas o inexistentes.


De este modo, cuando el pintor Diego Velázquez pinta en 1622 su "Aguador de Sevilla", está dando visibilidad a un oficio de lo más habitual en aquella época, el de los llamados Azacanes, vocablo de origen árabe que aludía a aquellos que, surtiéndose de agua potable en fuentes o pozos, la ofrecían a los sedientos viandantes a cambio de unas monedas. En la actual calle Santander, cercana al sector del río, se hallaba el llamado Postigo de los Azacanes (o del Carbón), debido a la presencia, en época medieval de nos pocos aguadores apostados en  este sector próximo, por ejemplo, a las Atarazanas. Como curiosidad, en una relación con la "Tassa general de los precios a que se an de vender las mercaderias en esta Ciudad de Seuilla y su tierra, y de las hechuras, salarios y jornales y demas cosas", publicada en 1627, se establece en 24 maravedís el precio de las llamadas "tazas de aguadores", utilizadas por éstos para dar a beber. 

En el siglo XIX era famoso cierto pozo situado en la Cruz Verde, propiedad de un almacén de alimentación y también el llamado Pozo del Jardinillo en la calle Azofaifo (callejón sin salida en la calle Sierpes, muy cerca del antiguo edificio de Correos) ya que a él acudían numerosos aguadores por mor de la calidad de su agua.

Con el tiempo, algunos aguadores decidieron establecer instalaciones permanentes para sus servicios, quizá algo precarias en principio, con apenas unos tablones, lonas, cajas y demás útiles, pero poco a poco además se produce un aumento en la demanda, no sólo en lo referente al agua, sino a otro tipo de bebidas, como licores, refrescos o vinos. Si, como afirma el arquitecto Jesús Miguel Salado, a esto añadimos la aparición de lugares de esparcimiento para la población, sobre todo para sus élites, fue necesario por tanto establecer ya los primeros espacios para que estos Puestos de Agua se "sedentarizasen". 

Uno de los más conocidos en la Sevilla del XIX, pintado incluso por Jiménez Aranda, será el situado junto a los Almacenes del Rey, hoy confluencia del Paseo de Colón y Reyes Católicos, junto al entonces Puente de Barcas. Su propietario, oriundo de tierreas gallegas, mantenía abierto el aguaducho durante toda la jornada, retirando los toldos al atardecer y cerrando al toque de queda marcado por el campanario de la Giralda. Manuel Chaves lo recordará en 1894 con nostalgia, describiendo así al llamado Puesto de Aguas de Tomares:

"Estaba formado por una alta estantería, un mostrador y varios bancos de madera, y mesillas pequeñas colocadas convenientemente. En la estantería encontrábanse cuatro grandes cántaras de barro, una estampa religiosa y algunas macetas de olorosa albahaca, que en estío presentaban agradable aspecto. Sobre el mostrador, limpios vasos de cristal, puestos en fila, convidaban a apagar la sed de los transeúntes, y cerca de ellos se veía la cesta de panales, las botellas con almíbar para los refrescos, las cajas con pastillas de almendras, y otros diversos objetos que se utilizaban en el servicio del público."

A finales siglo XVIII el mencionado Puesto sirvió como casino o punto de encuentro para señores de casaca, comerciantes enriquecidos, militares retirados o petimetres empelucados, reunidos todos en torno a la lectura en voz alta de la Gaceta, al juego de las Damas o simplemente contemplando a los viandantes mientras se hacía animada tertulia sobre dimes y diretes. El afamado diestro Pepe-Illo fue habitual del lugar, improvisando alguna que otra juerga y convidada general para alegría de los parroquianos; téngase en cuenta que el matador de toros vivía en la cercana calle de San Pablo, no lejos de allí. También pasaron por allí el conocido Oidor Francisco Bruna (apodado en su tiempo "El Señor del Gran Poder), el poeta Arjona y el popular personaje de Manolito Gázquez, partidario acérrimo de Pepe Illo, de quien hablaremos en otra ocasión, y otros muchos. 

A comienzos del XIX, sin embargo, el fervor patriótico contra los franceses tomó asiento en el Puesto, celebrándose en él no pocos conciliábulos y cabildeos con el telón de fondo de la ansiada liberación frente al invasor. Tras la Guerra de Independencia, sobre 1820, se pierden las noticias del Puesto de agua de Tomares, que ha pasado a la historia por aparecer en uno de los pasajes de la obra del  Duque de Rivas "Don Álvaro o la fuerza del Destino", dramón romántico estrenado en 1835: 

"¿Qué persona de buen gusto, viviendo en Sevilla, puede dejar de venir todas las tardes de verano a beber la deliciosa agua de Tomares que con tanta limpieza nos da el tío Paco, y a ver este puente de Triana, que es lo mejor del mundo?"

Una palabra, "Kiosco", procedente del persa "Kosk", y que aludiría a un tipo de pabellón o baldaquino realizado con maderas y telas a modo de baldaquino, será protagonista del cambio de apariencia de los sevillanos puestos de agua a finales del XIX y principios del XX. Con la idea de adecentar su aspecto, el Consistorio de la ciudad determinará modificar su diseño, empleando materiales como el hierro o el cristal, incluyendo la necesidad de sombra mediante toldos y marquesinas (esa sombra de la que estamos tan faltos en el Centro de nuestra ciudad).

De este modo, serán peculiares muchos de ellos, instalados en la Alameda de Hércules, Paseo de Catalina de Ribera, Las Delicias o Paseo de Colón. En 1885 entra en escena "The Seville Water Works", quien consigue del Ayuntamiento la concesión del suministro del agua para la ciudad durante noventa y nueve años, será la llamada "Agua de los Ingleses", mientras que la exposición iberoamericana de 1929 y las posteriores reformas urbanísticas de la posguerra se llevarán por delante muchos de estos quioscos, a lo que habría que sumar, lógicamente, las mejoras experimentadas por el abastecimiento de aguas en los domicilios sevillanos. De todos modos, los puestos o quioscos de agua calaron muy mucho en la población, basta con reseñar que una de las zarzuelas más conocidas dentro del llamado "género chico" sea la compuesta por Federico Chueca: "Agua, Azucarillos y Aguardiente" o el famoso chiste de los garbanzos del inimitable Paco Gandía, en el que juega un papel fundamental alguien que prácticamente solo sobrevive ya junto a los Pasos en las procesiones: el "Aguaó".

Foto: Reyes de Escalona

07 agosto, 2019

Algo tendrá cuando la bendicen...

En nuestro paseos por sanluqueñas tierras, topamos con aqueste cartel o pasquín, que llamó poderosamente nuestra atención, por lo atinado de sus letras, lo devoto de sus consejos y lo ejemplarizante de sus propiedades.

Poco más añadiremos, salvo que es pena no incluir a la manzanilla y sus efectos beneficiados, e influirán nuestros lectores que no nos referimos a infusión o brebaje similar...

07 junio, 2018

De buena fuente.-



Aunque ahora claman sobre manera voces que solicitan más, hemos de decir que en nuestra época, ya lo contamos en oportuno pliego,  abundaban fuentes y surtidores en aquella urbe hispalense. Servían, que duda cabe, para cubrir necesidades elementales de no pocos sevillanos que carecían del suministro de los mal llamados Caños de Carmona (pues ni son caños, sino romano acueducto, ni provienen de tan bella ciudad, sino de Alcalá de los Panaderos o de Guadaira) y que en caso contrario debían recurrir a pozos de agua salobre que finalmente se volvía inmunda, con el consabido perjuicio.

No hace muchas mañanas, dando agradable paseo con magníficas temperaturas junto a nuestro joven aprendiz, descubrimos singular monumento. Acercándonos al mismo, descubrimos inscripción en él que nos aclaró su fecha: 


Intuímos que tal reseña alude a la Exposición Iberoamericana de 1929, aunque más tarde descubrimos en docta publicación que la fuente no había sido sino exigua farola en principio, y que fue erigida en otros lares de la ciudad, próximos a campo de juego verdiblanco, hasta que en 1972 pasó a ocupar su actual emplazamiento, convertida en surtidor, en la Avenida que llaman de Málaga.


Mas si agradablemente sorprendidos quedamos por la bella factura (debida a José Lafita Díaz) de tan airoso ingenio hidráulico, conmovidos hasta extremos inenarrables quedamos igualmente al contemplar otra fuente de minucioso diseño, meritorio dibujo y complicado herraje, esta vez, recientemente ubicada frente a antigua estación de ferrocarril, no lejos de la primera.

Altamente emocionados, hasta con lágrimas en los ojos, admiramos tan tremendo artilugio que sin duda pasará a los anales de la historia por su inconmensurable hermosura y por elevar hechura a cotas inimaginables; juzguen, juzguen vuesas mercedes y convendrán con nosotros, vive Dios, que espanta tamaña grandeza (como dijo aquel):



02 julio, 2015

A chorro.-

 
Créanme si les digo que en estos días no vivimos para sustos ni hallamos sosiego, no porque andemos aterrados por sucesos varios o tragedias ajenas, que también, sino porque aquesta ciudad nunca dejará de sorprendernos en grado sumo. 



Paseábamos por Alameda de Hércules, feliz espacio creado por el Conde Barajas allá por 1574, cuando drenó de aguas putrefactas la laguna que se formaba, foco de pestilencia y malos olores para vecinos. Paseábamos, decíamos, cuando de repente, brotaron del suelo, como por obra del Maligno, abundantes y copiosos surtidores de agua, que nos empaparon vestiduras dejándonos calados como si de aguacero otoñal se tratase. Pueden imaginarse vuesas mercedes el estupor y la sorpresa que se plasmaron en nuestra faz, y añádanle las chanzas y mojigangas que hubimos de sufrir con resignación cristiana.



Tomamos el asunto con filosofía y hasta agradecimos aquel oportuno chubasco, pues marchábamos a cierto recado no poco acalorados, y comprobamos, después, que dichos surtidores constituían motivo de jarana y diversión para transeuntes y parroquianos, aunque esperamos no se prodiguen en demasía y llegue el agua como a niveles de antiguas inundaciones del Guadalquivir...



29 junio, 2012

H-2-O.-

Agora que la canícula atenaza ánimos y encrespa cuerpos, sea quizá buena ocasión para narrar cómo en mis tiempos abundaban fuentes (hablan algunos de hasta trescientas) y surtidores de donde tomar líquido elemento, haciendo soportáranse tórridas temperaturas y que público agradeciéralo sobre manera.


Pocas de estas fuentes han pervivido, desaparecido unas, en olvido aquellas y en lamentable estado éstas, lo que supone gran quebranto en estas áridas jornadas.

Cierto mediodía, deambulando por calles bajo sol de justicia, apreciamos con suma maravilla cómo (sin haber nublado) sobre nuestra faz y testa caía fino rocío, a manera de minúscula llovizna, y que ésta sólo producíase cuando transitábamos en cercanía de ciertas tabernas y hosterías, suponiendo por ello que tratábase de prodigio obrado bien por dios Baco o quizá por San Patricio o San Simón, patrones vinateros al decir de algunos.

Como quiera que era agua y no vino lo que sobre nosotros llovía (aunque a fe que no habría sido desdeñable suceso), inquirimos a cierto mozo sobre este particular, aclarándonos solícitamente que, empero, como todo en esta vida ha explicación, que todo ello era ardid y artificio del honrado gremio de mesoneros, hosteleros y taberneros, quien con viva agudeza ha pergeñado húmeda estrategia.

Trátase, al parescer, de ingeniosísimo artilugio con caños y cánulas de dónde brota agua merced a complicados alambiques y engranajes, resultando dello feliz idea y poderosa excusa para que visitantes detengan sus pasos y opten por aprestarse a solaz y recreo.

Barruntando en nuestra mollera, meditamos si no sería buen remedio tramar red de aquestos caños por doquier, de modo que toda la ciudad entera quedara inundada por inusitado frescor y que, llegadas fechas señaladas, incluso de antedichos tubos brotara no sólo agua, sino otros preciados líquidos agradables sin duda para paladear a la hora de saciar sed y calor…


Post scriptum: sirva presente pliego a modo de dedicatoria para joven infante que recibirá bautismales aguas en aquestos días, con firme deseo que ame aquesta ciudad tanto o más cómo ámanla sus progenitores.

11 febrero, 2012

Al baño.-


“La limpieza es la mitad de la fe” (Proverbio árabe)

Fue Galeno, sabio doctor heleno de feliz memoria, quien afirmaba allá por tiempos del romano emperador Marco Aurelio que inicial baño en seco, de vapor, tendría como misión calentar y fundir materias nocivas del cuerpo y limpiar piel de impurezas y desigualdades, quienes serían expulsadas con el fuerte sudor provocado, item más, que baño de agua muy caliente limpiaría epidérmicos resquicios, penetrando por limpios poros y devolviendo una pura humedad a partes sólidas del cuerpo (carne y huesos) en sustitución del humor sudado, concluyendo su conseja indicando que baño posterior con agua fría, refrescaría cuerpo, contraería piel y cerraría poros ya limpios.

Osadía por parte nuestra sería, proseguir con sesusa y médica disertación; baste añadir que fue costumbre romana, por tanto, y que cuentan eruditos que frecuentar termas o baños, con su tepidarium y su caldarium “ad hoc” fue algo natural entre nobles y plebeyos y que en ellos cerrábanse no pocos tratos y negocios en salutífero ambiente.

Presente el agua en bautismos o abluciones, según religión, en época que apelan como medieval, mujeres y hombres disfrutábanla por separado, que duda cabe, en evitación de tentaciones de la carne; mahometanos, cristianos y judíos compartíanlo en alternos días por aquello de soslayar querellas y disputas, incluso en distintas jornadas según fiestas de guardar, y no faltaban baños en toda ciudad que precíarase de serlo.


Hubo en la Sevilla mahometana buen racimo de Hamman (llamados así baños en su habla) y consta que hasta monarcas como Al-Mutadid gozó de ellos para su placer y hasta para eliminar enemigos, pues cuéntase que encerró hasta morir abrasados en palaciegos baños a grupo de conspiradores que arrebatarle trono pretendía, siendo, pensamos crudelísima muerte aquella.


Cuando el Monarca Fernando ocupó Sevilla el día de San Clemente, apreció que en ella subsistían aún hasta diez y nueve de estos baños, y como viera que era cosa conveniente no tuvo reparo en conceder su uso Juana, su reina y esposa, sin dejar en olvido los construidos por Pedro el Justiciero (o el Cruel) para su barragana María de Padilla, buena prueba de cómo por amor esfuérzase el hombre (y no por influjo comercial ahora que acércase el Santo Valentín).


Con el tiempo, lo que fue costumbre sana y recomendable pasó a ser síntoma o pista de criptojudaizante u oculto islamita, por lo que decayó su uso en perjuicio de higiene, quedando en olvido y borrándose de la memoria donde establecidos estuvieron.



No obstante, hemos colegido que la Fortuna alióse con al menos dos que han llegado hasta agora, y que con usos distintos mantiénense en pie. Unos, cabe la Borceguinería, han trocado vapores de agua por humos de cocina, convertidos en casa de comidas, conservando, a lo que se ve, su originario aspecto aunque para visitarlo sea menester llenar la panza.


Otros, aunque restaurados y de la Reina Mora denominados, permanecen sin definido uso, siendo motivo de desazón que sitio tan compuesto y apropiado carezca de otro fin que almacenar enseres de cofradía, pues hállase frontero a capilla en la que culto recibe la Santa Vera Cruz, en calle de los Baños, como no podía ser de otra forma.



No ha mucho tuvimos ocasión de visitarlo y a fuer de ser sinceros nos maravilló su forma y estilo, y aunque maltratados por siglos, hasta sentimos ganas ciertas de tomar baño,  pese a no tocarnos hasta Carnestolendas.