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11 marzo, 2024

Rescatado.

Esta semana nos ponemos tras la pista de una devota imagen que aunque no procesiona en Semana Santa, suscita siempre un enorme fervor cada viernes del año en general y cada viernes de Cuaresma en particular, una antigua devoción que hunde sus orígenes en el norte de África y que incluso tuvo que ser liberada de un dramático y auténtico cautiverio; pero como siempre, vayamos por partes. 

Allá por abril de 1681, las tropas españolas capitaneadas por Francisco de Peñalosa, asediadas por un contingente marroquí enviado por el rey de Mequinez Muley Ismael, se veían en la necesidad de entregar la plaza de La Mamora ante la superioridad norteafricana y la escasez de armas y vituallas. La fortaleza, junto con el enclave de Larache, estaba en propiedad de la corona hispana desde 1614, que había buscado con ello la erradicación de la piratería en esta zona costera del Mediterráneo próxima al Estrecho de Gibraltar y pronto un grupo de frailes, primero franciscanos, posteriormente sustituidos por capuchinos, se asentó en la nueva colonia, llamada ahora Fortaleza de San Miguel de Ultramar, transformándose la mezquita en iglesia y pasando a recibir culto en ella una imagen traída desde la Península, la de Jesús Nazareno.

Finalizado el asedio, el cuantioso botín de personas y objetos se trasladó a Mequinez y allí la imagen de Jesús Nazareno fue profanada, arrastrada por sus calles y arrojada a un vertedero, donde habría sido destruida de no ser por al intervención de uno de los cautivos españoles que advirtió al rey Muley que dado su valor bien podría canjearla por una buena cantidad de dinero o por cautivos musulmanes, para lo que podría contar con la intermediación de los Padres Trinitarios, dedicados desde siempre a esta labor de redención. Sería Fray Pedro de los Ángeles el encargado de negociar la "liberación" de la talla nazarena; como curiosidad, el monarca marroquí ordenó tasar en oro a la imagen según su peso, dando como resultado el valor de treinta monedas, el mismo que Judas Iscariote solicitó para traicionar a Jesús de Nazaret. 

Juan de Valdés Leal: Cristo de Medinaceli arrastrado por las calle de Mequinez. 1681.

Finalmente, y tras no pocas peripecias, la imagen pudo ser redimida de sus "captores" por los Hermanos Trinitarios en 1681 y fue llevada desde Mequinez a Tetuán para de ahí pasar a Ceuta y cruzar el Estrecho para transcurrir por Gibraltar, Sevilla y Madrid, a donde llegó en agosto de 1682 y quedó entronizada en el Convento de los Trinitarios Descalzos. De manera progresiva, la devoción por aquella maltratada imagen (atribuida tradicionalmente a Juan de Mesa o a los Ocampo, nada menos) fue calando hondo en el pueblo madrileño, comenzando a ser conocida como Jesús de Medinaceli habida cuenta el decidido apoyo recibido por parte de esta Casa nobiliaria. Como muestra de haber sido recobrada por la orden trinitaria, porta el escapulario con la cruz en rojo y azul característica de esta congregación. 

No quedó ahí ese culto, pues en nuestra ciudad los propios Trinitarios se hallaban establecidos en su convento de Nuestra Señora de Gracia, ahora casa Hermandad del Cristo de Burgos, no lejos de la parroquia de San Pedro; la "aventura" de Jesús Cautivo y Rescatado sirvió para acrecentar y dar mérito a la labor de los propios religiosos como liberadores de cautivos cristianos en tierras "infieles" (baste el caso de Miguel de Cervantes, capturado y encarcelado en Argel y redimido por la acción de estos religiosos), de manera que no tardó en colocarse en dicho templo una copia de la imagen madrileña, convirtiéndose en nuevo epicentro del fervor sevillano. 

Como han estudiado Antonio García Herrera y José Roda Peña, la talla, de autor desconocido, tamaño natural, ojos de cristal y brazos articulados, recibió culto en un retablo colocado en el lado de la Epístola del crucero del templo a partir de 1711, tras lo cual fueron frecuentes los milagros atribuidos por el pueblo, como éste:

"Una señora que tenía gran devoción a Jesús Nazareno, parió en Sevilla una niña ciega, la cual permaneció en este estado por espacio de tres años; todo este tiempo lo empleó la madre en rogar a este Divino Señor, hasta que un día, llevada de su fe, toma a su hija en brazos, la conduce a la Iglesia, y acercándose a la lámpara que ardía ante la santa Imagen, unta sus ojos con el aceite de aquella; y a poco tiempo recobró la vista".

Pese a las Desamortización de 1835 y los sucesos revolucionarios de 1868, que ocasionaron el cierre definitivo de la iglesia del convento de los Descalzos, no decayó la piedad popular hacia Jesús Cautivo. Inicialmente, la imagen fue llevada al templo San Hermenegildo, frente al convento de Capuchinos, y a la postre, en 1909, establecida en la céntrica Parroquia de San Ildefonso tras un solemne traslado de carácter procesional, ocupó el altar que hasta 1908 habían ocupado los titulares de la Hermandad del Calvario, ahora en la parroquia de la Magdalena.

"Adoptada" la imagen por la llamada Congregación del Sagrado Escapulario de la Santísima Trinidad, pronto se comenzaron a celebrar solemnes quinarios en su honor, culminando con el Besapiés que también logró hacerse con un lugar especial entre los actos cuaresmales sevillanos y siguió protagonizando una de las grandes citas de la Cuaresma sevillana: el primer viernes de marzo. Baste como muestra una reseña de El Liberal de 1931:

"Siguiendo tradicional costumbre, ayer, primer viernes de marzo, miles de fieles desfilaron ante la imagen Nuestro Padre Jesús Cautivo y Rescatado, que recibe culto en la parroquia de San Ildefonso.

Personas de todas las clases sociales llenaron el templo continuamente. Desde las primeras horas de la mañana hasta media noche fuerzas de Seguridad y Guardia Civil mantenían el orden y en ocasiones tuvieron que impedir la entrada en el templo."

Incluso ha llegado a salir procesionalmente en varias ocasiones, presidiendo actos en la Casa de Pilatos, la apertura de las Misiones Generales de 1965 o durante un Via Crucis, para lo cual cuenta con sus propias andas, realizadas por los Hermanos Caballero en 1998, pese a lo cual nunca se ha planteado que realice Estación de Penitencia a la Catedral.

Foto: Reyes de Escalona.
 

Para dar mayor difusión al culto a Jesús Cautivo en horas de cierre de la parroquia, se realizó en 1955 un hermoso azulejo por Antonio Kiernam para Cerámica Santa Ana, instalado en la fachada que da a la calle Rodríguez Marín, y como curiosidad, en la cercana Casa de Pilatos, concretamente en la sacristía de su hermoso oratorio, recibe culto otra imagen de Jesús Cautivo, ésta realizada por el imaginero Juan Abascal en 1960 por encargo de la Pía Unión del Via Crucis a la Cruz del Campo y cuya ejecución fue abonada entre todas las cofradías sevillanas, que se repartieron a partes iguales las 25.000 pesetas que costó dicho encargo; ni que decir tiene que existen numerosas imagenes de Jesús Cautivo y Rescatado en toda España y que incluso dos hermandades sevillanas tienen esa advocación entre sus Titulares, pero esa, esa ya es otra historia. 

27 marzo, 2023

Vuelan banderas.

Presentes en los cortejos de las hermandades de penitencia, suelen situarse al principio del tercer tramo, a continuación del Senatus, y muchas veces pasan desapercibidas frente a la riqueza o simbología de otras insignias portadas por nazarenos durante las estaciones de penitencia. Sin embargo, estas peculiares banderas pierden su origen en la noche de los tiempos y bien podrían ser casi "fósiles" de antiguas ceremonias, al igual que otras banderas mucho menos conocidas; pero como siempre, vayamos por partes. 

Las celebraciones litúrgicas de la Cuaresma y Semana Santa en la catedral de Sevilla llegaron a compararse, por su boato y solemnidad, con las del Vaticano, ya que el rico ceremonial acompañado de las bordadas vestiduras de los canónigos y la solemnidad con que todo se celebraba atraía a los fieles. Tal como han divulgado algunos estudiosos del tema, los actos catedralicios estaban lleno de detalles que, en muchos casos, han desaparecido, como la velación de los altares, el encendido (y apagado) del llamado Tenebrario o la ruidosa y dramática escenificación de la ruptura del Velo, recogida incluso por viajeros del XIX como Charles Davillier, por no hablar de Cirio Pascual, caracterizado entonces por una altura de ocho metros. 

Sin embargo, una de los ritos más curiosos e interesantes, a la par que atrayentes era el  denominado de la "Ostensión de la Seña", de la que el sacerdote Juan Rodríguez, allá por 1632, escribía:

"En este tiempo santo de Pasión hace nuestra Santa Madre Iglesia una ceremonia muy misteriosa, y que mueve las almas a quienes asistan a ella con particular devoción y ternura, que es la Seña que se hace en las iglesias catedrales de la cual no he hallado en algún autor algo escrito, y así la declararemos atendiendo al Himno que se canta mientras se hace, que en él me parece que se declara el intento de esta santa ceremonia y esto mismo es parecer de varones graves a quien se lo he comunicado". 

La ostensión de esta bandera tenía lugar hasta cinco ocasiones a partir del llamado Domingo de Lázaro, actual Domingo de Pasión, hasta llegar al Miércoles Santo, pasando por el Domingo de Ramos. Saliendo el Cabildo del Coro, los canónigos y demás dignidades, cubiertas sus cabezas con los capuces de sus ropajes, se situaban reverencialmente arrodillados en las escalinatas del altar mayor y allí se entonaba el himno "Vexilla Regis", acompañado de la música, mientras uno de los cargos catedralicios, el Chantre, empuñaba una bandera realizada con tafetán negro en la que aparecía una cruz roja. Acto seguido, la bandera era ondeada o tremolada ante el pueblo y los canónigos postrados en tierra, cubriéndolos con ella de modo simbólico, como anticipo de la adoración de la Cruz que tendrá lugar el Viernes Santo. Al decir de algunos autores del XIX como Alonso Morgado, el hecho de que se tremolase en cinco ocasiones simbolizaba las cinco edades que estuvo el mundo sin el conocimiento de Jesucristo: la primera desde Adán hasta Noé; la segunda, desde Noé hasta Abraham; la tercera desde Abraham hasta Moisés;  la cuarta, desde Moisés a David; y la quinta desde David hasta el nacimiento de Jesús. 

Horarios de las ceremonias de la Catedral de Sevilla en 1868.

En 1866 esta ceremonia impresionó vivamente a una aristocrática dama inglesa recién convertida al catolicismo, Lady Herbert (apodada "Lady Ligtnening", "Relámpago" por la vehemencia con que se comprometía en causas caritativas), quien mencionó en su obra "Impressions of Spain" en 1866 la importancia de "la misteriosa ostensión de la sagrada bandera". 

Horarios de la Catedral de Sevilla en Semana Santa. Diario El Liberal. 1908.

 A todo, esto habría que sumar que el acudir a este acto suponía para los fieles el ganar numerosas indulgencias; en cuanto a los colores, el negro aludiría a las tinieblas que oscurecieron el mundo a la muerte de Jesús, y el rojo, a la sangre derramada por Él. Por cierto, el himno antes aludido, el "Vexilla Regis", fue compuesto en el año 569 por San Venancio Fortunato como alabanza a las reliquias de la Vera Cruz enviadas desde Bizancio por Justino II a Roma y su comienzo podría traducirse por 

"Las banderas del Rey avanzan,

resplandece el misterio de la Cruz, 

donde el creador de la carne, 

está suspendido en carne en un patíbulo". 

¿Por qué una bandera? Al parecer, la idea tendría su origen en antiguos ceremoniales militares, ya que cuando fallecía un general en el campo de batalla, para enaltecer su valor se enarbolaba su estandarte o insignia ante la tropa como signo de victoria y también como muestra de dolor, tristeza y respeto; de este modo, la muerte de Cristo, entendido como "Capitán y Salvador", se escenificaba con la bandera antes descrita. Por cierto, aunque se trate de otra esfera, en Granada se conserva aún la tradición de la tremolación del pendón de los Reyes Católicos cada 2 de enero en recuerdo de la conquista de la ciudad por estos.


 Nuestro buen presbítero Juan Rodríguez al terminar de relatar el ceremonial de la bandera, aprovechaba para darle un sentido eminentemente penitencial y ejemplarizante:

"Y así cuando asistas a esta ceremonia de la santísima seña, dale gracias a este soberano Capitán de que te llamó a su bandera, y con su santísimo ejemplo te animó a que le siguieses, y determínate a a hacer de nuevo penitencia de tus culpas, y aborrecer el regalo, y frecuentar los Santos Sacramentos para recibir los frutos de la Cruz, considerando a menudo lo mucho que este Señor padeció, y el premio que te aguarda, y la pena del infierno, o del Purgatorio, por los regalos y gustos mundanos".

La ceremonia de la Ostensión de la Seña pasó incluso desde Sevilla a las nuevas diócesis americanas, de hecho en la catedral de Quito aún se mantiene el Miércoles Santo con un ritual muy similar al hispalense, pero cayó en el olvido con la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, pero su uso se mantuvo en las cofradías, que tomaron el símbolo para añadirlo a sus procesiones, de ahí el empleo de banderas con cruces en colores diversos, muchas veces coincidentes con los de las túnicas de los nazarenos de cada corporación. 

Como curiosidad, el "revoleo" de la bandera se ha conservado, pero en distintas circunstancias y en las calles de Alcalá de Guadaira, promovido por la Hermandad de Jesús, en un acto lleno de simbolismo y tradición; durante el mismo, será la "Judea", conformada por cuatro soldados, un abanderado, dos músicos, un niño (el Paje de Jineta o "pagineta") y el capitán, la encargada de protagonizar la tremolación de la bandera en puntos concretos durante el Jueves Santo y la antigua ceremonia del prendimiento ya en la madrugada del Viernes Santo, ritos que han sido premiados recientemente con el premio "Demófilo" de la Fundación Machado.


Por último, y ya que hablamos de banderas, en algunas cofradías andaluzas, como el Descendimiento de Málaga, mantienen el uso de las llamadas "banderas quitasangres", arrastradas por nazarenos tras los Pasos para enjugar simbólicamente, la sangre derramada por Cristo. Su uso fue muy antiguo, pues al parecer en 1535 la sevillana Hermandad del Santo Entierro sacó seis de estas banderas realizadas en tafetán negro aunque, por desgracia, hay pocos datos sobre cuándo desaparecieron del cortejo de la Hermandad del Sábado Santo y además, esa, esa ya es otra historia.

13 marzo, 2023

Perfiles cofradieros.

Fue en el año 1918 cuando vio la luz una obra escrita por un canónigo de la catedral hispalense no nacido en nuestra ciudad, cofrade, rociero, fumador empedernido, predicador incansable en cultos de hermandades y ferviente partidario de Joselito El Gallo; en esa obrita, con un barniz netamente costumbrista, el autor plasmó a diversos personajes vinculados a nuestra Semana Santa, de modo y manera que bien merecería la pena, aunque sea brevemente, dar cuenta de algunos de los perfiles reseñados en esa publicación; pero como siempre, vayamos por partes. 

El 15 de junio de 1866 nacía en la localidad onubense de Hinojos Juan Francisco Muñoz y Pabón, cuarto hijo de la familia formada por Antonio Muñoz García (que era sochantre o cantor de la parroquia del pueblo) y María Josefa Pabón Illanes. Buen estudiante, con doce años marchará a Sevilla a ingresar en el Seminario en 1878, viviendo con su tío Juan Francisco, también sacerdote, en la entonces plaza de López Pintado, actual de Jesús de la Redención. Ordenado sacerdote en 1890 tras superar todos los exámenes con brillantez, el cardenal Marcelo Spínola lo nombrará párroco de la de Santiago y en 1903 ganará por oposición la plaza de Canónigo Lectoral en el Cabildo de la Catedral, ejerciendo como rector del Sagrario, y como catedrático en el Seminario. Además, desarrolló una ingente labor como predicador en cultos de hermandades, donde era muy solicitado, llegando a predicar en un año hasta 162 sermones a diferentes cofradías, no sólo de la capital, sino de la provincia.

Desde temprana edad se sentirá profundamente inclinado a la escritura, y animado a proseguir en esa senda por el propio Spínola, mantuvo contacto con escritores de la talla de Rodríguez Marín, Luis Montoto o Juan Valera, cultivando una prosa de gran calidad dentro del realismo costumbrista, con su pueblo muchas veces como telón de fondo y sin faltar aspectos de denuncia social o ejemplarizantes. El Buen Paño, Paco Góngora, Justa y Rufina, La Millona, Oro de Ley, Juegos Florales, serán, por mencionar algunos, títulos salidos de su prolífica pluma, una pluma que, curiosamente llegó a recibir como regalo realizado en oro por parte de los partidarios del fallecido Joselito el Gallo por la defensa que realizó en la prensa de la celebración de sus honras fúnebres en la Catedral tras su trágica muerte en 1920, algo que no todos entendieron. La pluma de oro forma parte ahora del ajuar de la Esperanza Macarena, luciéndola prendida en la saya en las festividades cuaresmales, semanasanteras o especiales.

Ahora que tocamos la vertiente cofradiera, Muñoz y Pabón estuvo muy vinculado a dos cofradías del Jueves Santo: las Cigarreras y el Valle. En la primera influyó muy mucho en el cambio de su imagen cristífera, pasando la anterior a Hinojos, donde aún se conserva; en la segunda, como recordó uno de sus biógrafos el fallecido sacerdote Carlos Ros, fue anfitrión de la propia imagen de la Virgen en su casa de la calle Abades número 3 durante una restauración realizada a la misma por José Ordóñez en 1909 tras un incendio fortuito declarado en su sede de la iglesia del Santo Ángel en el mes de julio de aquel año y del mismo modo, influyó decisivamente en la realización del nuevo grupo escultórico del Paso de la Coronación de Espinas, obra de Joaquín Bilbao. 

Fruto de su interés por la Semana Santa es la frecuente aparición de este tema en sus novelas, demostrando además un profundo conocimiento de las cofradías tanto en su organización interna y sus rituales como al entenderlas como expresión de la religiosidad popular. Así, en 1918 publicará "En el Cielo de la Tierra", recopilación de una serie de artículos aparecidos en el diario madrileño El Debate; en ellos, Muñoz y Pabón disecciona con gracejo y seriedad, valga la paradoja, parte del mundillo de las cofradías y sus personajes, en un estilo muy similar al de los protagonistas de los entremeses teatrales de los hermanos Álvarez Quintero, donde abunda la pronunciación popular. El nazareno, el "armao", el costalero o el penitente aparecerán en sus páginas, de modo que al menos nos centraremos en alguno de estos tipos para ver qué concepto tenía de ellos nuestro canónigo, quien sabe, a lo mejor hay lectores u oyentes que se sienten identifyicado con alguna de estas "siluetas", como las llamó su autor.

El artículo dedicado al nazareno, por ejemplo, se caracteriza por hacer un perfecto retrato de quien cada año se reviste con su túnica y lo que supone participar con ella en las cofradías, la responsabilidad en el pago de las cuotas de hermano, la participación en los cultos o la desilusión, siempre, que supone la lluvia el día de la Estación de Penitencia; quizá lo mejor sea cuando menciona, a modo de subtipo,  al "tipo más soberano de la Semana Santa": el "Capirotero", quien acude a varias hermandades para salir de nazareno, a veces sin ser hermano, y sin siquiera ni asistir a cultos o actos, aunque viva, a su manera, sus particulares vísperas con la misma intensidad que cualquier otro cofrade: 

"Una usted a esto que desde quince o veinte días antes de la Semana Santa, desde que se anuncia en los periódicos que tal o cual Hermandad "ha empezado a repartir las túnicas", él fue a recoger la suya, y la trajo a su casa, y se la probó, para que lo viera su mujer, su cuñada, su suegra, sus chiquillos y casi todas las vecinas del corral. Y se quitó la blanca, para ponerse la morada... y se puso luego la negra... y a seguida, la de sotana blanca y manto celeste; y luego la de sotana morada y manto negro... la de escapulario y la sin él..."

Salir en varias cofradías era práctica más cercana a la afición que a la devoción, aunque parece que no mayoritaria, lo cierto es que al describir al capirotero Muñoz y Pabón no olvidará su diferente comportamiento según sea hermandad seria o popular, ya que en esta última faceta retrata perfectamente cómo eran aquellas estaciones de penitencia de los "felices años veinte" tan bien descritas por otros escritores contemporáneos como Núñez de Herrera o Eugenio Noel: 

"Vaya en una cofradía de orden, seria, que es la expresión: y ni se moverá de su sitio, aunque se muera, ni se levantará el antifaz del capirote, ni le arrancará una palabra, aunque lo maten. ¡Ya pueden venir sobre él las necesidades más perentorias!... ¡El capirotero será la edificación de las naciones! Pero vaya, por la inversa, en una de bullanga y jaleo: y se fumará una cajetilla en la estación, y se beberá en cada esquina donde haya taberna -y haylas en todas- cuantos chatos "con tapas" y "destapados", cafés, cervezas, refrescos y copas de aguardiente le permita su portamonedas... y hasta su crédito comercial en la plaza, y volverá a su casa haciendo ese y hasta cedas, ronco, de los vivas de la entrada".
José García Ramos: "Nazareno, dame un caramelo". 1890.

El "gallego", como era entonces denominado el costalero por tratarse, en muchos casos, de  oriundos de aquella región, también queda reflejado en el libro, sobre todo en un curioso párrafo, lleno de expresividad donde se alude a la "corría" que realizaba entonces de uno de ellos, o sea, la lista de cofradías que sacaba con la excepción del Lunes Santo, jornada en la que aún no salían cofradías: 

¿Tú ves lo que es una casa en la calle Tetuán? ¡Po una casa en lo mejón de la calle Tetuán me ofrecían a mí ahora mismo, y no lo llaman! ¡Arma mía! ¡Ebajo de un paso, ¡seis vece!, En una Semana Santa...! Er domingo, en la Amargura. Er marte, en Santa Cru. El miércole, en la Siete Palabra. Er jueve, en la Virgen der Valle. Er vierne, de madrugá, en er Gran Podé, y er vierne, por la tarde, en la Carretería. Con la particularidá, para que te entere: que ni en Señó der Gran Podé cobra un cuarto, porque lo tiene de promesa por lo e las quinta, ni en la Carretería tampoco, porque la novia se llama Lú, como la Virgen y tiene esa fineza con la celestiar Señora. ¡Es mu güeno mi José...!

Otro capítulo del libro será desde entonces casi referencia para muchos cofrades, ya que alude a un tipo de cofrade que en aquella época era muy minoritario, aunque esencial: el que vivía su hermandad y la Semana Santa todo el año. Según algunos autores, será Muñoz y Pabón el que acuñe el término para designarlo: Capillita, o lo que es lo mismo: "el hombre que tiene la fe de su cofradía, que profesó en el santo bautismo". Cofrade comprometido, erudito, ("se sabrá de memoria el libro de Don José Bermejo "Historia de las Cofradías"), experto en priostías y montajes de pasos, conocedor del mundillo artesanal vinculado a las hermandades, asistente habitual a quinarios y besamanos, es analizado como alguien que vive por y para la Cuaresma y lo que viene detrás, capaz de buscar recursos económicos donde no los hay o de dar el típico "sablazo" a personas de alto nivel económico siempre con el fin de mejorar el patrimonio de su Hermandad. Sería extensísimo reproducir completo el texto, ocurrente y de fina gracia, pero al menos, dejemos que el propio Canónigo Lectoral narre cómo vive las vísperas un Capillita de 1919, con especial atención a las últimas líneas, para comprobar que nada ha cambiado en este mundillo:

"Pero cuando la calentura cofradiera del Capillita sube y se recrudece, hasta no haber termómetro que alcance a marcarla, es cuando allá por los días de Pascua de Navidad comienza la novena al Gran Poder, que viene a ser algo así como el "rompan fuego" cofraderil. Porque tras ella viene la de Pasión, el quinario de la Sagrada Mortaja; a seguida, el del Calvario y el de la Quinta Angustia... ahora, el de las Siete Palabras y el de la Hermandad de la O..., el del Santo Cristo de Burgos y la novena de las Tres Caídas..., el del Amor y la del Silencio, el del Museo y el de la Carretería... y luego los septenarios de la Esperanza y de la Amargura (...) ¡Y deje usted de ir a ver ningún altar, aunque no sea más que para ponerle faltas, y de escuchar a ningún predicador, sobre todo si es forastero, porque eso sería imperdonable en un Capillita".

Para finalizar, y como no podía ser menos, describe los preparativos, el montaje de la cofradía y todas las pequeñas tareas a realizar, como si todo aquello fuera un conjunto de piezas por encajar hasta conseguir completarlo todo: 

 "Quédese, que ya es tarde, en el tintero, lo de tratar la cera y buscar el juego de dalmáticas para los acólitos; contratar los "gallegos" para los pasos y la banda o bandas de música para la estación... y el achuchón al bordador y la filípica al platero... la visita al taller del dorador y la llamada urgente al tallista... el recolectar alhajas para el pecho de la Virgen y el encargar las flores para los pasos... y a todo esto, ¡el de los respiraderos, que no los entrega! y ¡el de los faroles, que no los concluye!... las guardabrisas para los candelabros del Señor, que no se encuentran iguales, y ¡la toga del pertiguero, que ha aparecido comida de ratones!... ¡Por muestras, a la carrera, y volando, el sastre! ¡Y este hombre, teniendo que entender de todo, y hacerlo todo...!

Por cierto, muchos años después, en 2019, la Real Academia de la Lengua Española admitió el término "Capillita" en su Diccionario, con la siguiente acepción: dicho de una persona que vive con entusiasmo las actividades organizadas por las cofradías religiosas a lo largo del año y participa en ellas. Quizá por la buena amistad que mantuvo con un alto cargo de la Fábrica de Tabacos, Miguel de Quesada, mantuvo a lo largo de su vida un empedernido hábito de fumador, lo cual a la postre y desgraciadamente le provocó la muerte de un cáncer de pulmón a la edad de tan sólo cincuenta y cuatro años el 30 de diciembre de 1920, y al año siguiente el Ayuntamiento decidió dedicarle una calle junto a la parroquia de San Nicolás, pero esa, esa ya es otra historia.






06 marzo, 2023

El Abad y sus "Estaciones Sevillanas".

Ahora que en estos días son muchos los que recorren iglesias y parroquias en busca de los altares de culto o devotos besamanos y besapiés que montan las hermandades en honor a sus Titulares, valdría la pena quizá reseñar, aunque sea brevemente, que esta costumbre, tan habitual en tiempo cuaresmal, no es especialmente nueva, ya que cierto clérigo de la parroquia de la Magdalena, a comienzos del siglo XVII, dio cumplida cuenta de este tipo de "recorridos devocionales"; pero como siempre, vayamos por partes. 

En 1561 nacía en Sevilla Alonso Sánchez Gordillo, hijo de Alonso Sánchez y María Sánchez, ambos vecinos de la feligresía de San Vicente; de familia numerosa, uno de sus hermanos fue monje cartujo, mientras que él mismo ingresó en la carrera eclesiástica bastante joven, logrando vastos conocimientos en el terreno del derecho canónico y alcanzando, a los treinta y cuatro años de edad, el importante cargo de Abad de la Universidad de Beneficiados, así como un puesto importante entre el clero de la parroquia de la Magdalena. Sus intervenciones durante el Sínodo de 1604, promovido por el Cardenal Niño de Guevara, fueron de gran importancia, destacando por su erudición sobre la historia de la iglesia hispalense. 

Además de todo esto, dedicó parte de su tiempo a defender determinados privilegios del clero, entablando cuantiosos pleitos que le enfrentarían en ocasiones a la propia jerarquía eclesiástica, ganándose una injusta fama de cicatero y "embrollador", como recogió el profesor Bernales Ballesteros. Vecino de la parroquia de la Magdalena (la derribada en el XIX y entonces en la actual plaza del mismo nombre), y un poco partidista, todo hay que decirlo, la consideraba segundo templo en importancia de la ciudad, por encima incluso del Salvador, que en aquellos años aún se hallaba en la antigua mezquita-colegial. Escribió diversas obras sobre historia eclesiástica de la diócesis sevillana, abarcando desde un memorial sobre todos sus arzobispos hasta curiosas crónicas, como un relato sobre el asesinato del Provincial de la orden agustina en Sevilla a manos de cinco religiosos de la misma congregación. Además, durante años, recopiló pacientemente datos y reseñas sobre la religiosidad sevillana, dando como resultado un manuscrito que tituló "Religiosas Estaciones que frecuenta la religiosidad sevillana", y que no llegó a ver publicado, pues desgraciadamente falleció en 1644. 

Conservadas algunas copias, el libro fue reeditado en 1982 por el Consejo de Cofradías de Sevilla, y en él, aparece toda una serie de devociones a las que los sevillanos acudían a lo largo del año o en épocas concretas, lo que se llamaban "estaciones", herederas de la costumbre instaurada en Roma por el Papa Gregorio I de visitar diversas iglesias y detenerse en ellas orar o celebrar la eucaristía. Veamos, al menos, algunas de ellas. 


La parroquia de Santa Marina, enclavada en el sector norte de la ciudad, podría ser la primera, ya que a ella acudían las mujeres embarazadas próximas al momento del parto para encomendarse a su titular; la costumbre consistía en ir a orar ante la imagen de la santa durante nueve días seguidos, y encargar el mismo número de misas o al menos una, según las posibilidades de cada una; el Abad recogía que "han sentido y sienten notables socorros de ligeros partos de manera que saliendo de ellos vuelven a dar las gracias por el beneficio recibido. Y así es estimada y frecuentada esta estación"

Un segundo templo al que acudían los sevillanos para lograr algún favor era el trianero de Santa Ana, al que, en este caso, acudían mujeres que creían ser estériles para realizar novenarios a la imagen de la madre de la Virgen María. Según Gordillo, se habían producido notables milagros en el sentido de quedar embarazadas muchas que desde años lo intentaban, merced a esta antigua devoción, prueba de ello eran las innumerables ofrendas en cera que la iluminaban. 


Existía también la costumbre de visitar lugares de devoción fuera del término de la ciudad, como era el caso de la entonces muy conocida ermita en honor a Santa Brígida, en su cerro de la localidad de Camas, a ciento diez metros de altura. Como curiosidad, dada la preeminencia del cerro sobre Sevilla, se decía popularmente que, cuando amenazaba lluvia, "las nubes cubren a Santa Brígida". Un pobre ermitaño estaba al cuidado de aquel lugar de peregrinación, que constaban de una humilde hospedería, sostenido únicamente por las limosnas de los fieles y devotos, y que era escenario de numerosas visitas, especialmente en la Fiesta de la Purificación de la Virgen el 2 de febrero y durante la romería que tenía lugar en octubre; la ermita fue destruida a comienzos del XIX y en la actualidad se ha vuelto a celebrar la romería, organizada por su Hermandad y partiendo de la parroquia de Santa María de Gracia de Camas. 

Una práctica religiosa habitual, especialmente realizada por las mujeres, era la de visitar durante siete viernes consecutivos siete templos sevillanos, y en cada uno de ellos rezar la nada despreciable cantidad de ciento cincuenta avemarías y quince padrenuestros ofrecidos a la Pasión de Cristo, a María Inmaculada, a los doce apóstoles y a los santos San Hermenegildo, San Leandro, San Isidoro, Santa Justa y Rufina; las iglesias o capillas a las que acudir eran la de la Virgen de la Antigua en la Catedral, la parroquia de San Bernardo, el Prado de Santa Justa, San Hermenegildo, la capilla del Santo Crucifijo de San Agustín (una de las grandes devociones de aquel momento), la parroquia de San Esteban y la de Santiago, para concluir

Allá por el siglo XVII era también grande la devoción existente hacia el llamado Cristo del Coral, que recibía, y recibe, culto en el monasterio de monjas jerónimas de Santa Paula; de autor desconocido aunque atribuido a Pedro Millán (fin del siglo XV, principios del XVI), eran muchos los que oraban ante él para mejorar sus salud y especialmente para pedir por el regreso, sanos y salvos, de aquellos que estaban ausentes por realizar largas travesías por mar a Indias. Los fieles acudían durante cinco viernes consecutivos, rezando treinta y tres padrenuestros y otras tantas avemarías en recuerdo de los años de vida de Jesús; también se rezaban treinta y tres credos. Además, existía la costumbre de entrar andando de rodillas hasta el altar donde se encontraba el Cristo, celebrando misa el último viernes y dejando encendidas dos candelas hasta que se consumía, tal era el rito. ¿Por qué el nombre del Coral? Al parecer, lo relataba nuestro buen Abad, una señora rogó con tanto ahínco por el regreso de su marido desde América que éste regresó de manera rápida y sorprendente, ofreciendo como acción de gracias un ramo de coral que quedó colocado a los pies del crucificado, surgiendo así la advocación, vinculada por algunos historiadores a la actual Hermandad de Monte Sión. 

Durante la cuaresma el pueblo no sólo visitaba y veneraba imágenes sagradas, sino que también oraba ante reliquias de singular importancia, destacando, por poner un ejemplo, el conjunto propiedad del convento de Nuestra Señora de la Victoria, en Triana, legado al mismo por un caballero Contador de la Real Casa de la Contratación, consistente en elementos tan destacables como curiosos: desde un fragmento del Lignum Crucis hasta cabellos y leche de la Virgen María, pasando por un diente de San Juan Bautista o parte de la barba de San Pedro, incluso cinco de las cabezas de las denominadas Once Mil Vírgenes. Las tardes de los domingos de cuaresma se exponían a la veneración estas reliquias, acudiendo gran cantidad de gente al convento, ahora desaparecido y su lugar ocupado por los Padres Paúles de la calle Pagés del Corro.

Terminada una fructífera peregrinación por los Santos Lugares, el Marqués de Tarifa, Don Fadrique Enríquez de Ribera establecerá en Sevilla en 1521 el esquema del Via Crucis traído de Palestina, en un recorrido que con 977,13 metros de longitud arrancaría en la capilla de su propio palacio, a Casa de Pilatos,  y terminará ya en las afueras de Sevilla, señalizando con cruces sobre pedestales la estaciones o marcándolas en los muros de los templos de San Esteban, San Agustín o San Benito. 

Prácticamente, el itinerario sacro finalizaba en el llamado Humilladero de la Cruz del Campo, un templete del que ya se tienen noticias en el siglo XIV aunque algunos autores sostienen que el edificio definitivo habría sido construido en 1482 por el Asistente Diego de Merlo (famoso por la leyenda de Susona y el complot judío para reconquistar Sevilla) como afirma una inscripción que se conserva en su interior. Una cruz de mármol tallada, atribuida al escultor Juan Bautista Vázquez "El Viejo" y que podría datarse en 1571, presidiría el conjunto, germen de lo que luego serían las procesiones de Semana Santa.

En tiempos del Abad Gordillo el rezo de las estaciones constaba de once, no las catorce de nuestros días y el rezo se realizaba durante los siete viernes de Cuaresma o los días de Semana Santa, dando lugar a grandes manifestaciones de devoción popular que terminaron por salirse un poco de cauce, ya que el propio Abad reconocerá que: 

"Esta estación en su principio antiguo fue de notable devoción y edificación para el pueblo hasta que el enemigo del linaje humano procuró turbarlo. Y es dolor que salió con ello y se profanó de manera que se resfrió la caridad y amor de Dios y fue necesario como de presente es, poner cuidado los Prelados para que se eviten los pecados que de resulta de la corta devoción y poco respeto que se tienen a estos Misterios."

Como puede apreciarse, parece que ya en aquellos tiempos estaba en entredicho la religiosidad popular, pues al aspecto religioso se sumó el profano, con puestos ambulantes, vendedores de reliquias, ciegos con sus cantares... pero esa, esa ya es otra historia.


27 febrero, 2023

En misa y repicando: muñidores.

Aprovechando que recorremos ahora fechas cuaresmales, con cultos, preparativos, ensayos y demás actos, no estaría de más dedicar algunos de estos pliegos a figuras o personajes peculiares de nuestra Semana Santa, y en esta ocasión, dada la posición que ocupa en nuestros cortejos procesionales, sólo podríamos comenzar por alguien que surgió hace siglos como, valga el expresión, "chico para todo", que tuvo mucha preponderancia, que Cervantes llegó a mencionar, que ahora multiplica su presencia en no pocas ciudades y localidades y que hasta hemos visto, qué cosas, en calcetines; pero como siempre, vayamos por partes.

Ocurre en el capítulo XXI de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605). Por fin, su protagonista, Alonso Quijano, tocayo por cierto de un viejo conocido de esta página, apellidado Escalona, consigue arrebatar a un barbero lo que él cree ser el valioso Yelmo de Mambrino (que no es otra cosa que una bacía de barbero) y a continuación, exultante, promete a su fiel escudero Sancho Panza que si lograse la gloria y el triunfo como buen caballero andante, él se beneficiará de ello con títulos nobiliarios y hasta el gobierno de la famosa Ínsula Barataria, lo que le permitirá abandonar su oficio de labriego. Sancho, siempre atento y lleno de sagacidad  responderá sin inmutarse: 

"Sea así, respondió Sancho Panza: digo que le sabría bien acomodar, porque por vida mía que un tiempo fui muñidor de una cofradía, y que me asentaba tan bien la ropa de muñidor, que decían todos que tenía presencia para poder ser prioste de la mesma cofradía. ¿Pues que será cuando me ponga un ropón ducal a cuestas, o me vista de oro y de perlas a uso de conde extranjero?".

Ya surgió la palabra. Habríamos querido ocultarla un par de párrafos más, esconderla tras un cortinaje de frases y palabras, pero es inevitable, estaba deseando salir, como esos monaguillos impacientes que derraman el canasto de caramelos antes de que se abran las puertas de la capilla. Sea, pues; si recurrimos al socorrido Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, comprobaremos que la palabra posee dos acepciones muy distintas, una con matiz claramente conspirador, en alusión a quien participa en intrigas o tratos, sobre todo políticos, y otra, la que nos interesa, que alude al criado de cofradía que sirve para avisar a los hermanos de las fiestas, entierros y otros ejercicios a los que deben concurrir. Ni que decir tiene que nos inclinaremos por esta segunda definición, que viene a enmarcar, de manera somera, la función de este personaje. Hay de indicar que el verbo, muñir, proviene del latín "monere", que significa avisar o amonestar, de modo que, como puede apreciarse, la definición le viene que ni pintada.


Poco se sabe del comienzo de su existencia y participación en las hermandades; quizá surgió como servidor a medida que las cofradías aumentaban de número, quizá siempre estuvo ahí, quizá un buen día alguien se ofreció a los mayordomos o priostes para hacer esa función a manera de los subalternos catedralicios o parroquiales, sin perder de vista que no era infrecuente su presencia en las organizaciones gremiales; lo cierto es que con el paso del tiempo fue dotándosele además de cierta importancia al ser beneficiario de un salario e incluso de vivienda, pero además, comenzó a exigírsele un curriculum acorde al puesto, como quedó recogido en la Reglas de las cofradías unidas del Santísimo Sacramento y María Santísima de las Nieves de la Parroquia de San Isidoro, fechables en 1788 y en cuyo décimo capítulo se desmenuzaban funciones y obligaciones del muñidor:
"Ordenamos que haya un Muñidor, el que ha de ser elegido en cabildo general, por el tiempo voluntad de la cofradía; se procurará sea hombre juicioso, vivo, celoso, legal y de confianza. Antes de entrar a ejercer su ministerio dará fianzas a satisfacción de las cofradías, en la cantidad que determinaren, otorgando escritura, y dando traslado de ella, para que se custodie en el Archivo. Luego que tome posesión de su empleo, se le dará para vivir la casa, que estas cofradías tienen junto a la iglesia, y el salario y emolumentos que parecieren justos."

No parecía, como vemos, trabajo duro, antes bien, poseía la ventaja de incluir la vivienda, pero, ¿Cuáles eran sus tareas? Leemos en esas mismas Reglas que:

"Tendrá obligación de asistir a todos los negocios y cosas que a nuestras cofradías se le ofrecieses y podrá por sí determinar cosa alguna sin, por lo menos, tener consentimiento o licencia de nuestro Hermano Celador. Pondrá y quitará la colgadura, y altar, para las fiestas de mes, cuidará del aseo de nuestra capilla y sala capitular. Repartirá todas las cédulas a los hermanos y dará los avisos verbales que se le ordenaren. Hará que se conduzca a las casas de los cofrades difuntos todo lo que hay para tales casos y en la iglesia cuidará de los cirios. Repartirá la demanda a los cofrades que el prioste le dijere, para que la pidan, y en los días que no los haya, la pedirá en la calle, iglesia y de noche acompañará a las diputaciones por si ocurriere algo. Cuidará de las lámparas de nuestra capilla y farol del respaldo de ella. Encenderá nuestros cirios al Ofertorio de la Misa Mayor, los domingos y días de fiestas. Estará en la puerta de la sala, con su ropa encarnada y escudo cuando hay cabildo, llevará todos los papeles que sean necesarios y hará todo lo demás que se ofrezca, y hasta aquí ha sido estilo". 

¡Vaya con el puesto de Muñidor! Casi estamos ante un puesto de trabajo muy exigente y absorbente, cercano al de mensajero, recadero, cobrador o conserje con cierta mezcla de capiller o sacristán,  aunque falta decir que, por supuesto, a él le tocaba encabezar las procesiones, penitenciales o eucarísticas, agitando rítmicamente sus campanillas, para así llamar la atención de los fieles, como las actuales bandas de cornetas y tambores que anteceden a las cruces de guía. Lo olvidamos, podía ser sancionado si no entregaba a tiempo las citaciones a cabildo (las "boletas" o "cédulas") e incluso llegar a ser despedido en caso de absentismo laboral, algo lógico por otras parte, como reflejaban las Reglas de la Hermandad de la Hiniesta de 1671. 

Por su parte, los Estatutos de la Hermandad del Gran Poder, de 1570 y analizados por Esteban Mira, añaden detalles muy curiosos, como que el muñidor debía conocerse los nombres de todos los hermanos, sus domicilios y que para ello pusiera incluso una señal en sus puertas, sin olvidar su papel como "seguridad" en la entrada de los cabildos impidiendo la presencia de curiosos no hermanos. Por cierto, debía descubrirse al hablarle a cualquier hermano como señal de respeto. Además, en las Reglas de la Hermandad del Santo Entierro de Dos Hermanas de 1724 se le pedía al posible candidato a muñidor una serie de condiciones, e incluso cierta capacidad administrativa:

"Un hombre cristiano viejo, que no sea morisco, mozo y diligente, y si fuera posible sepa escribir todas las calles de este lugar el cual sea para que haga oficio de muñidor dándole salario competente para que pueda pasar y dándole provechosamente las entradas de hermanos y hermanas".

Oficio por tanto más que habitual en casi todas las hermandades, el de muñidor fue siempre un puesto de servicio, a las órdenes de los oficiales de la junta de gobierno, e incluso se le ordenaba que, en el caso de las cofradías dedicadas a las Ánimas del Purgatorio, saliese a la calle en solitario agitando las campanillas a modo de oración por el alma de algún hermano a punto de fallecer, sin olvidar, en algunos casos el recabar limosnas para misas por el eterno descanso de su alma. ¿Y cuánto cobraba? En 1761, el muñidor de la gaditana cofradía de San José, establecida en el monasterio de Candelaria, tenía un salario diario de tres reales, cuatro cuando hubiera cabildos o entierros de hermanos y veinte en la festividad del Titular de la cofradía.

Sin embargo, la desaparición de los gremios, los cambios de costumbres y diferentes crisis históricas harán que poco a poco el oficio de muñidor desaparezca paulatinamente hasta quedar prácticamente en nada salvo casos muy concretos; en Sevilla, no será hasta 1946 cuando la Hermandad de la Sagrada Mortaja recupere dicho personaje, cuyo origen se remontaba a sus Reglas de 1703 o 1793. Vestido con su ropón negro, golilla al cuello y escudo plateado al pecho, el muñidor agita sus campanillas delante de la cruz de guía, y su reaparición formó parte de un meditado proyecto para dotar a la hermandad de mayor seriedad en la calle tras abandonar la populosa feligresía de Santa Marina. 

 
Además, y siguiendo su estela, no será el único, pues existen muñidores en ciudades como Huelva (donde es el encargado de pasar lista de la cofradía), Granada, Córdoba, Jaén, Carmona (encarnado por un niño paje), San Fernando, Ciudad Real, Jerez de la Frontera (donde salen dos), Écija, Algeciras, Almería (con ropajes diseñados por Vittorio y Luchino), Medina de Río Seco, y Dos Hermanas, en la Hermandad del Santo Entierro, de cuya existencia ya hemos hablado. En ocasiones, su ropas comparten espacio en los altares de insignias que disponen las hermandades con el ropón de otro "colega": el pertiguero, pero esa, esa ya es otra historia...

21 marzo, 2022

El escultor de la Alameda.


Tuvo estudio en la Alameda de Hércules, alcanzó fama por su labor escultórica, reparó unas manos dolorosas de San Juan de la Palma y tuvo, por desgracia, un triste final. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Antonio era hijo de Manuel Susillo, sevillano, comerciante de aceitunas en el mercado de la Feria, y de Josefa Hernández, natural de Sanlúcar de Barrameda. En 1893, año en que sucede lo que relataremos, cuenta con treinta y seis años de edad y está en el momento más dulce de su carrera como escultor, tras una intensa vida en la que incluir la oposición de su padre a que abandonase el negocio familiar, el aprendizaje artístico con José de la Vega o el apoyo y mecenazo de personajes tan destacables como los Duques de Montpensier, la reina Isabel II o el príncipe ruso Romualdo Giedroik, chambelán del zar Nicolás II, gracias a los cuales podrá darse a conocer a un alto nivel y viajar y establecerse en ciudades como París o Roma.

Idealista, melancólico y perfeccionista al decir de alguno de sus biógrafos, como el profesor Juan Miguel González Gómez, Antonio Susillo había recibido, como vemos, una más que notable formación y gozaba de no muy mala posición económica; en plena juventud contraerá matrimonio e incluso será padre de un hijo, con la desgraciada circunstancia de la muerte de su esposa (1880) y su vástago en un corto espacio de tiempo, algo que le marcará de por vida y a lo que habrá que sumar el fallecimiento de su padre en el domicilio familiar en Alameda de Hércules, 42.


En contraste con todo esto, recibirá honores de todo tipo, desde caballero de la Real Orden de Carlos III, distinción otorgada por Alfonso XII, hasta Académico de la Real de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, pasando por la Cátedra de Escultura de la Escuela de Bellas Artes, puesto que desempeñó tiempo indeterminado con un salario anual de dos mil pesetas de la época. 

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/17/Antonio_Susillo.jpg

Su obra, heredera de la transición entre el romanticismo y el realismo, había ido creciendo y perfeccionándose hasta alcanzar cotas de gran calidad. Monumentos como el de Velázquez, el de Daoiz en la Gavidia, esculturas como las del palacio de San Telmo, relieves, retratos, ponían de manifiesto su afán como artista y creatividad, en contraste con su carácter cada vez más solitario y tendente a la depresión, que tampoco se vio modificado para bien con un nuevo matrimonio ya en plena madurez, del que infelizmente no pudo obtener la paz y el consuelo del que gozó en vida de su recién fallecida madre.

La Semana Santa de 1893 quedó marcada por un suceso accidental en el que Susillo será parte importante a posteriori. Es Domingo de Ramos, un Domingo de Ramos festivo y de regocijo para los sevillanos y para los cientos de visitantes que se agolpan en las calle de la ciudad mientras la Hermandad de la Amargura transita con su cortejo de nazarenos por una abarrotada Plaza de San Francisco, la Virgen acompañada por San Juan avanza entre nubes de incienso... pero dejemos mejor que lo cuente el anónimo reportero del periódico La Andalucía con su característica prosa: 

Se levantó el paso recorriendo unos diez metros, cayendo de nuevo pesadadamente, sin poderse por el pronto adivinar la causa que influía en tan repentina parada. Hé aquí lo ocurrido: Los que se encontraban más inmediatos á las andas, notaron un humo espeso que salía de ellas y que no podía confundirse con el del incienso, y á seguida un grito de espanto y horror se escapó de mil bocas, la santa imágen de la Virgen se vió rodeada inmediatamente por una inmensa é imponente columna de fuego. Las escenas que se sucedieron entonces, fueron indescriptibles y la confusión espantosa; muchas señoras se desmayaron, y ni los cofrades ni las autoridades atolondradas, se decidían á disponer nada por salvar tan preciosas reliquias.

Pasados los primeros momentos de estupor, el señor Fajardo Guajardo, el guardia municipal, don Rafael Perez Barriga, escribiente en la Comandancia, el cajista señor Alférez y varios conductores del paso, se subieron sobre las andas y comenzaron á atacar el devorador elemento, que amenazaba con reducir á cenizas tantos inestimables tesoros.

A pesar del natural aturdimiento, muchos recordaron que la célebre escultura de San Juan, era una de las más inestimables joyas artísticas que honran á Sevilla, y un inmenso grito
dominó el tumulto, oyéndose claramente: «¡Que se salve el San Juan!¡que se salve!» Para conseguir este objeto, algunos empezaron á tirar de la efigie, consiguiendo separarla algún tanto del foco del incendio, aunque no desprendiéndolo por completo.

La corona la arrancó el guardia á que nos hemos referido anteriormente, logrando por último quitar el manto. El fuego pudo ser sofocado á los cinco minutos, gracias á que los conductores del paso se valieron para tal objeto de los sacos que llevaban.

  


¿Qué había sucedido? Al parecer, una lámpara en el interior de la parihuela, encendida para el trabajo de los costaleros, habría prendido los ropajes de la Virgen y San Juan, siendo el origen del foco del desgraciado incendio que dañó rostro y manos de la Dolorosa y también causó desperfectos en la imagen del Discípulo, realizada por Hita del Castillo, por no hablar de los deterioros sufridos en la orfebrería y el bordado del Paso, que regresó a su sede canónica de manera apresurada, apagado, sin música y enmedio de una enorme consternación popular. La Virgen fue cubierta con un manto traído de la cercana parroquia del Salvador junto con una colgadura granate del Ayuntamiento, sin que faltaran sustos y carreras debidas a la acción de la Guardia Civil en su intento por proteger las andas y salvaguardar las joyas que portaba la Virgen, algunas desaparecidas y otras, como un brillante de grandes dimensiones, devuelto por un guardia municipal que lo halló en el suelo de la plaza tras la confusión producida. 

Sin terminar aún la Semana Santa, la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Amargura, como ha documentado Álvaro Cabezas, puso  manos a la obra para recuperar los enseres deteriorados y reparar los daños, con la curiosidad de que incluso durante el Miércoles Santo hermanos de la corporación vistiendo el hábito nazareno realizaron una cuestación para recaudar fondos en la zona de los mismos Palcos de la Plaza de San Francisco donde había tenido lugar el triste suceso. 


 Es en este momento cuando entra en escena Antonio Susillo, dada su doble condición de hermano de la hermandad y de escultor, al encargársele la intervención tanto en la imagen del San Juan como en la de la propia Virgen de la Amargura; los trabajos consistieron en la limpieza y restauración de aquellos elementos dañados por el fuego o la violencia con la que fueron retirados del Paso, mientras que fue finalmente necesario hacer un nuevo juego de manos para la dolorosa. De este modo, el nombre de Susillo quedaría ligado para siempre a su Hermandad, en la que, con el paso de los años, quedaría depositada incluso su propia mascarilla funeraria, realizada por su discípulo Viriato Rull el mismo día de su fatal fallecimiento, 22 de diciembre de 1896, cuando el autor de las manos de la Amargura decidió que la vida carecía de sentido...

 

14 marzo, 2022

Hermano Mayor.

 

Una de las calles más transitadas en las fechas semanasanteras, sobre todo por servir para cortar camino entre la zona de Plaza Nueva y la Magdalena, es la dedicada a un célebre sevillano, escritor de novela picaresca, y cofrade por más señas, aunque el nombre original de la calle hubo de cambiarse para evitar equívocos groseros; pero como siempre, vayamos por partes.


 

Entre las calles Carlos Cañal (casi al lado del desaparecido Horno de San Buenaventura) y San Pablo, trancurrió, y transcurre, una estrecha y serpenteante callejuela que en su tiempo se denominó con nombres tan peregrinos como Lechera o Nabo, sin que se sepa a ciencia cierta el por qué de ambos topónimos. Lo cierto es que con esos nombres aparece reflejada en los planos de Olavide de 1777, hasta que en 1845 se le concede el nombre de Navas, bien en recuerdo de la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) o bien por "maquillar" de modo amable el vocablo original de la calle, que sin lugar a dudas podría dar lugar a todo tipo de chanzas y guasas, especialmente contra quienes dijeran vivir en una calle con tan poco edificante nombre. 

En cualquier caso, merced a las gestiones del sacerdote y cofrade José Sebastián y Bandarán, en 1915 el nombre de calle de Las Navas será definitivamente sustituido por el actual, dedicado al escritor sevillano Mateo Alemán, quien es conocido literariamente como el autor de la novela picaresca Guzmán de Alfarache, o lo que es lo mismo, uno de los más importantes testimonios (junto los cervantinos Rinconete y Cortadillo) sobre cómo era la vida en los bajos fondos de esa Sevilla del siglo XVI.

Bautizado en la Iglesia Colegial del Salvador en el año 1547, el mismo en el que nace Miguel de Cervantes, era hijo de Hernando Alemán, médico cirujano de la famosa Cárcel Real de Sevilla, y descendiente de una familia con antecedentes judeoconversos. Algunos datos mencionan sus estudios de gramática con Juan de Mal Lara y su graduación como bachiller en Artes y Teología en el colegio de Maese Rodrigo en 1564, la actual universidad hispalense, así como ciertos conocimientos en leyes y derecho.


Acuciado por las deudas tras morir su padre, Mateo Alemán hubo de realizar un infeliz matrimonio de conveniencia para no dar con sus huesos en la cárcel, recorriendo media España ejerciendo el oficio de recaudador y juez visitador, pero de resultas de su agitada vida (tendrá buena relación de amistad con Lope de Vega durante su estancia en Sevilla) y de su mala gestión en negocios propios, permaneció preso en Sevilla durante dos años y medio, tiempo más que suficiente para captar las costumbres y modos de vida de la población reclusa sevillana, algo que le sería muy útil al escribir su novela Guzmán de Alfarache, publicada su primera parte en Madrid en 1599 y que alcanzó gran éxito en España y Europa.

Pese a todo, y pese a proseguir su labor como eficiente funcionario de la Corona, volverá a ser encarcelado a su vuelta de Madrid de nuevo en Sevilla; cansado de la vida en España, decide pasar a Indias, embarcando en 1608 y llegando a México, donde entrará a formar parte del personal del arzobispo García Guerra. La suerte, sin embargo, no le acompañó en sus últimos años de estancia americana, ya que fallecerá en la más absoluta indigencia en 1614.

Como cofrade, desde los veinte años Mateo Alemán formará parte de la nómina de hermanos de la antigua Hermandad de la Santa Cruz en Jerusalén ("El Silencio"), y ostentará el cargo de Hermano Mayor entre  1574 y 1595. Durante esa etapa, logrará el importante cambio de sede canónica de la cofradía, abandonando en 1579 el llamado Hospital de la Santa Cruz en Jerusalén, o de los Convalecientes, en la actual calle Rioja y adquiriendo la capilla del Santo Crucifijo y parte del Hospital y Casa de San Antonio Abad, en la entonces calle de las Armas, ahora de Alfonso XII. Se estableció un ventajoso convenio con la Orden de Vienne, propietaria hasta entonces, por el cual habría de recibir de la corporación nazarena seis mil maravedíes anuales.

Además, en 1578, Mateo Alemán recibirá el importante encargo de su Hermandad de redactar nuevas Reglas, en las que, además de establecer la celebración de cultos, estación de penitencia, cabildos y demás cuestiones (como la aparición por primera vez del cargo de Hermano Mayor) se hace especial hincapié en la labor caritativa de la corporación, centrada, como no podía ser de otro modo, en la atención a los presos, aunque dando prioridad por este orden: primero a los que lo fueran por deudas y por supuesto con preferencia hacia los miembros de la Hermandad y sus familiares antes que a cualquier otra persona. 

Como curiosidad, por aquellas fechas los hábitos de los nazarenos eran: "túnicas de color morado, que lleguen hasta el suelo, los rostros cubiertos con capirotes bajos; una soga ceñida a la cintura: en el pecho un escudo de cuero u hoja de Milán, pintado en él la Cruz de Jerusalén, y los pies descalzos". La hoja de Milán, aludía a una hoja de lata, mientras que a los hermanos más antiguos o de mayor edad se les permitía el uso de alpargatas. La cofradía salía en la mañana del Viernes Santo y visitaba cinco iglesias, cercanas a su sede. 


 Las Reglas de Mateo Alemán, de las que se conserva una copia de 1642, restaurada en 2002 por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, fueron copiadas por otras hermandades, como la de Jesús Nazareno de Utrera y además, durante cierto tiempo, se sostuvo incluso que la cruz de carey que porta Jesús Nazareno en la Madrugada habría sido enviada desde México por el propio Mateo Alemán, algo desmentido luego por la investigación histórica, ya que fue donada a comienzos del siglo XVII por la familia Cervantes, residentes en Nueva España. 

No obstante, ¿Por qué no iba a mantener el contacto con sus hermanos de Sevilla? A buen seguro, Mateo Alemán, allá en tierras indianas, nunca olvidaría los ecos penitenciales de su cofradía cada mañana de Viernes Santo... 

Fotos: Marina de Gades.

07 marzo, 2022

Batihojas.

En estas fechas cuaresmales, en las que pronto podremos disfrutar de la belleza de tantas y tantas canastillas talladas y doradas sobre los pasos procesionales de nuestras cofradías, habría que recordar un gremio poco conocido y valorado, pero que con su fuerza, nunca mejor dicho, logró que el oro brillase en esos pasos y retablos barrocos y que llegó incluso a poseer calle propia en nuestra ciudad; pero como siempre, vayamos por partes. 


El uso del oro como elemento decorativo u ornamental está más que documentado desde tiempos inmemoriales, ya que se sabe que en el Egipto de los Faraones se utilizaban finísimas láminas de este material para dorar muebles, sarcófagos o documentos, mientras que en la Antigua Grecia o en el Imperio Romano esta actividad se mantuvo, pues era habitual recubrir las esculturas de dioses con este tipo de elementos para así dotar de mayor apariencia de riqueza a este tipo de imágenes divinizadas, de hecho los artesanos que fabricaba estas láminas de oro eran los llamados Brattarii Inautores y tuvieron bastante importancia por aquellas calendas.

La Edad Media supondrá un importante impulso en pro de este tipo de decoración, ya que será empleada en retablos, muebles y códices, tendencia que se prolongará durante la Edad Moderna, especialmente con la irrupción del Barroco. Su uso se constata en continentes como el americanos, en las culturas precolombinas o en el asiático; como detalle curioso, desde 1593 en Japón el pan de oro o kinpaku se fabricaba (y aún se fabrica) en la ciudad de Kanazawa, utilizándose para dorar desde cajas ornamentadas hasta santuarios y altares budistas.

Protagonistas esenciales de esta historia serán los batihojas o batidores de oro, llamados así porque durante el proceso de fabricación de las láminas, como veremos, se partía de una cierta cantidad de metal precioso (oro o plata) que era sucesivamente golpeado ("batido") de manera manual o mediante prensas. Importante, no confundir con quienes usaban metales como el estaño o el cobre porque eran los que fabricaban el "oropel" u oro falso de mucha menos calidad. 

 

El modo de fabricación comenzaba con la fundición del oro en el crisol, la eliminación de sus impurezas y su colocación en moldes; en ocasiones dada su enorme pureza, se utilizaban monedas de oro, como los ducados castellanos. En ocasiones, el uso de oro de excepcional calidad tenía la desventaja de la fragilidad, de ahí que se le añadieran pequeñas cantidades de otro metal, como la plata. A continuación, extraído del molde, el oro era laminado en una fina tira de 1 o 2 centímetros y sucesivamente golpeado con un grueso martillo en el devastastador, formado por hojas con tapas de pergamino sobre la piedra de batir, hasta alcanzar, en diferentes etapas de “batido”, un grosor de aproximadamente 0,00001 mm, lo que hace que finalmente fuera colocado, ya con una medida normalizada de 8 por 8 cms., entre las hojas de los llamados "librillos" de papel de seda para evitar que, literalmente, volara o se deshiciese entre los dedos, tal era su volatilidad.



Ni que decir tiene que, asentados como honorable gremio, los batihojas poseyeron sus propias Ordenanzas o Reglamentos ya en el siglo XV, en concreto en 1487, en las que se especificaban los derechos y obligaciones, los cargos directivos, las técnicas, los contratos de aprendizaje y precios y todo lo que regulaba el buen hacer desde el punto de vista artesano, sin descuidar, como cualquier otra corporación, la labor caritativa para con los huérfanos y viudas de los cofrades. Además, se procuraba evitar el intrusismo y velar por la calidad de la obra finalizada, existiendo incluso la figura de los veedores para inspeccionar talleres. Como curiosidad, el autor teatral sevillano Lope de Rueda, reconocido por ser el primer actor español que cobró por ello, tuvo por oficio el de batihoja, mientras que José Gestoso registró uno de los escasos nombres de batihojas conservados, el de Juan Días, quien en diferentes ocasiones vendió panes de oro para la decoración de los salones palaciegos de los Reales Alcázares allá por el siglo XVI.

Celosos de sus privilegios, los batihojas sevillanos sostuvieron un duro pleito en 1616 contra los tiradores de oro, alegando los primeros que los segundos estaban habilitados para fabricar galones, canutillos, trencillas o cordones de oro, elementos que en este caso parecían estar vinculados con labores textiles o de bordado, pero no para batir el oro. La controversia legal se zanjó finalmente en favor de los primeros, quienes ya por aquel entonces daban nombre a una calle, la actual Cabo Noval, paralela a Hernando Colón y frontera al edificio del Banco de España, ubicación lógica en cierto modo ya que en esa zona, antigua Alcaicería de la Seda, se hallaban otros gremios basados en el uso de metales preciosos, como por ejemplo, el de los plateros. 


En 1777 una normativa de la Corona prohibió realizar retablos en madera por motivos de seguridad ante el caso de incendio, recomendándose el uso de la piedra (mármol) y evitar el dorado por excesivo coste monetario, a lo que habrá que unir la desaparición de toda la estructura gremial. Era el principio del declive. Con el paso de los siglos la demanda de este tipo de producto fue decayendo paulatinamente, quedando un último reducto en la calle San Luis, donde alcanzó tanta notoriedad por la calidad del oro empleado (de 24 quilates, casi nada) y el tono anaranjado final que terminó adquiriendo la denominación de “Oro de San Luis” para mencionar el oro batido producido en Sevilla hasta comienzos de los años noventa del pasado siglo XX, momento en el que se jubiló el último batihoja, Manuel Fernández Sánchez, fallecido en 2004. Como detalle, el último encargo fue para el paso de la Oración en el Huerto de la sevillana hermandad de Monte Sión, cuando se emplearon 20.000 hojas de oro equivalentes a 420 gramos de este metal. 

 En la actualidad, el oro en láminas se emplea en electrónica, ingeniería aeroespacial e incluso ha llegado a tener una variedad comestible, empleada en alta cocina, y también, por supuesto, ha seguido utilizándose en el mundo del arte, con casos como el del pintor austríaco Gustav Klimt como mejor ejemplo.

pintura de klimt con hoja de oro

 Por su parte, los doradores de hoy en día recurren al oro procedente de Italia o Alemania, elaborado por supuesto con métodos mecánicos, alejados del “batido” que durante años fue banda sonora para aquellos talleres que transformaron el oro que venía de las Indias para recubrir pasos procesionales y retablos como los del Salvador, la Santa Caridad o San Luis de los Franceses, pero esa, esa ya es otra historia.