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15 julio, 2011

Tocado del ala.-

“Y luego, incontinente, caló el chapeo,
requirió la espada, miró al soslayo,
 fuese, y no hubo nada.”

Al Túmulo de Felipe II (Miguel de Cervantes)



    

     En calendas como estas, en las que el astro rey castiga con dureza las empedradas calles de la ciudad, es menester precaverse de sus rayos malignos y por ello no pocos hispalenses recurren a tocados y sombreros de la más diversa condición.


     Tuvieron gorreros y sombrereros gremio no poca preponderancia, con muchas tiendas abiertas al cargo de maestros y oficiales, las más, me dicen, en la calle Génova y prueba de su prosperidad fue que con motivo de la entrada en Hispalis de cierto Monarca lanzaron a su paso sombreros para la plebe, siendo motivo de alegría tan generosa dádiva cuando no de públicos desmanes. Concurrían con cera y pendón a procesiones y fiestas de la Ciudad, más otras cosas de su instituto,  incluso me cuentan llegó a tener Cofradía en honor a Santiago el Mayor, Apóstol, devoto discípulo de Nuestro Señor Jesucristo que recibió el martirio, cercenada su testa por filo de espada.



     Recogiéronse, otrora, en las Ordenanzas de la Ciudad curiosas disposiciones sobre cómo habían de hacerse esos sombreros, rasos o frisados, y qué cantidad lana o fieltro emplearse debía, prohibiéndose uso de betún, goma, anaxil o engrudos, pues era notorio que debían hacerse sin costuras e con penas de hasta seiscientos maravedís.


    Bonetes, birretes, capelos, chambergos, gorros, chapeos, bicornios, tricornios, ros, quepis, kolbacs, morriones, con ancha ala o corta, numerosa era la variedad de tocados, siendo signo de distinción, de estado, de oficio y hasta de nobleza, no en balde signo de Grandeza de España era el permanecer tocado en presencia del Rey nuestro Señor. Item más, era ejemplo de galanura y cortesía el saludar a las damas con reverencia acompañada de revoleo donoso de sombrero.


     Como en todo, los tiempos mudan costumbres y trastocan comportamientos, y hemos apreciado como   mantiénese el uso de tocados aunque agora, empero, predominan los realizados a la manera de la colonia inglesa de América del Norte o como mucho, los ejecutados en palma o panamá; nada queda de aquella distinción, porte y elegancia, y menos aún de las elementales normas de cortesía y protocolo que habían de guardar quienes usaran tal prenda.



     Item más, escasos comercios restan abiertos del dicho gremio y arte de gorreros y  sombrereros, abundando regatonería en puestos y tenduchas donde, como decíamos, se venden extraños gorros ornados con galimatías diversos que no comprendemos, con colores y extravagantes, poco elegantes y aún menos apropiados para el protocolo y la urbanidad precisa.


     Por nuestra parte, hemos resuelto no renunciar a chambergo adornado con cintas y plumas, algo ajado por los siglos y necesitado de compostura en su ala, mas aunque, empero,  engorroso resulte su uso en estos días, no por ello traicionaremos usanza tan antigua.


    Post scriptum: con general sorpresa hemos visto que en la otra banda del Río situanse metálicas estructuras con toldos similares a los abrileños. Como es propio en nos, atravesaremos a aquella tierra que llaman “Guarda y collación de Sevilla” y haremos pertinentes pesquisas sobre dicho tenor…